2 de junio de 2022
Vemos una y otra vez nuestras películas favoritas porque nos gustan sus argumentos, sus ambientes y decorados, porque despiertan en nosotros emociones positivas o porque nos identificamos con sus valores.
Las razones pueden ser diversas; lo cierto es que, del mismo modo que repetimos nuestros alimentos preferidos o nos ejercitamos cada día porque nos hace sentir bien, ¿por qué no habríamos de recurrir a ese filme que es de nuestro agrado una y mil veces?
Descubrimos nuevos detalles:
Consumir contenido audiovisual que ya conocemos no nos exige un gran esfuerzo mental. Ya sabemos cómo va a ir la historia y, por esto, podemos recrearnos descubriendo nuevos matices y sabores.
Desde la tranquilidad y el placer que sabemos asegurado, y sin tener que salir de nuestra zona de confort, nos abrimos a descubrir nuevos detalles que nos pueden llevar a amar cada vez más esa obra.
Nos sentimos como en casa:
Nos resulta inevitable empatizar con los personajes de determinadas películas y series; más aún cuando hablamos de aquellas que hemos reproducido en varias ocasiones. De algún modo, se genera simpatía y un sentimiento de cercanía con sus historias y vidas, los sentimos como amigos virtuales y este sentimiento de familiaridad resulta muy gratificante.
Por eso, hay quienes se sienten acompañados con los capítulos de Friends mientras cenan solos, y quienes se sienten reconfortados con Harry Potter mientras se recuperan de una gripe.
Evocan recuerdos y sensaciones:
Muchas de nuestras películas favoritas lo son por lo que evocan, porque nos transportan a otros tiempos y situaciones. Al verlas de nuevo, regresamos de alguna forma a esa primera vez que las vimos, a la compañía de quien estaba a nuestro lado, a esa infancia despreocupada o a una época más sencilla y alegre de nuestras vidas.
Algunas nos devuelven a esas tardes de verano con nuestros padres, otras nos permiten revivir los maratones nocturnos con nuestros amigos de adolescencia y otras rememoran la ilusión del primer amor. De este modo, no es la película en sí misma, sino todo lo que trae aparejado a nivel emocional.
Nos permiten conocernos:
Ver las mismas películas una y otra vez no implica vivir siempre las mismas experiencias. Seguro que te ha ocurrido: con el paso de los años, tu interpretación de la obra ha cambiado, ahora incluso simpatizas con los villanos o entiendes el proceder del protagonista que años atrás te parecía ilógico. Y es que en estas películas podemos observar nuestra propia evolución personal.
Al volver a verlas, comprobamos cómo se han transformado nuestros valores, nuestra forma de ver el mundo; observamos cuánto hemos aprendido y cómo han cambiado nuestras opiniones. Nos permite comparar a la persona que fuimos con la que somos hoy en día; y esto, con un filme nuevo, no sería posible.
Para sentir que tenemos el control:
Esta es quizá una de las razones más poderosas que nos llevan a repetir constantemente los mismos contenidos. Y es que el conocer de antemano todo lo que ocurrirá, nos proporciona una gran sensación de control.
Quizá afirmamos que nos gusta el suspense, el misterio y dejarnos sorprender. Sin embargo, el cerebro humano tiende a lo predecible, a lo previsible, a la comodidad de los patrones. Esto nos permite bajar la guardia y relajarnos, con la certeza de saber lo que ocurrirá.
Nos ayudan a lidiar con nuestras emociones:
El contenido audiovisual en todas sus variedades puede resultar muy útil en cuanto a la gestión emocional, especialmente si ya nos es conocido. Posiblemente, nuestras películas favoritas lo sean porque de, algún modo, nos podemos identificar con sus protagonistas y con el transcurrir de sus historias.
Al verlas, sentimos y gestionamos nuestros propios asuntos internos, de forma que se produce una catarsis que puede resultar muy liberadora. No en vano solemos tener una película predilecta para los días tristes y otra para los felices, una para cuando nos sentimos enamorados y otra para cuando atravesamos un duelo.