La teórica francesa y crítica de arte, Marion Zilo, escribió el libro “ Faceworld, le visage au XXI siècle” (“Faceworld, el rostro en el siglo XXI”), que trata de las fuentes del narcisismo contemporáneo , del cual la selfie ( autorretrato realizado con la cámara de un celular) es su paroxismo. Y en esta aérea, existe una fecha histórica: la ceremonia de los Premios Oscar en marzo de 2014. Al cierre de esa edición de la gala norteamericana, la presentadora Ellen DeGeneres reunió a un grupo de actrices y actores allí presentes para realizar una 'selfie' . De esa manera, protagonizó uno de los gestos más cotidianos en las redes sociales y lo compartió en twitter. En esa oportunidad, podíamos ver a Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Channing Tatum, Julia Roberts, Bradley Cooper y Angelina Jolie. La propia Ellen DeGeneres redactó el mensaje siguiente: Ojalá el brazo de Bradley (Cooper) fuese más largo. ¡La mejor foto de la historia!, y la viralizó. El Tuit enviado comenzó a correr como la pólvora y rápidamente llegó a alcanzar la impresionante suma de 3 millones de retuits (reenvíos) . No podríamos afirmar si esta fue o no la mejor foto de la historia, como lo autoproclamó la animadora, pero si definitivamente, considerándolo a posteriori, ha sido un hito comunicacional que marcará un antes y un después. Y eso también incluye el mundo político . En efecto, hoy la “celebridad” se ha convertido en un recurso político fundamental . Y eso, porque el campo político ha ganado en heteronomía, es decir que es un “campo laboral” que se ha continuamente abierto a cada vez más actores porque básicamente la dependencia a la opinión pública ha reemplazado la dependencia a las instituciones. Hoy, la opinión pública dicta los pasos de todos los políticos y por eso se habla tanto de “populismo”, porque se “dialoga” directamente con el pueblo, indicándole lo que quiere escuchar, sin importar lo sensato y coherente de lo que se anuncia. Hoy nadie puede negar que hemos asistido a un real declive de las instituciones partidistas, ya que los partidos políticos han dejado de ser el espacio dentro del cual se construyen las candidaturas . Observen simplemente los 4 últimos alcaldes que ha tenido Antofagasta. Es decir, en esta ciudad, hace más de 20 años que no gana un alcalde que provenga de un partido político. La irrupción en el juego político de la opinión pública, cada vez más grande y potenciada aún más por el “boom” de las redes sociales (rrss), hace que la opinión pública, “por fuera” de los partidos, sea la única capaz de arbitrar entre los candidatos para definir quién es el favorito para una candidatura. De manera más general, podemos argumentar que el campo político se ha, sin duda alguna, “individualizado” : este ahora pone en competencia a personalidades respaldadas por partidos políticos y ya no más a partidos políticos representados por personalidades. Hemos asistidos a una inversión de las modalidades. Hoy, no es la UDI quien postula a Evelyn Matthei como candidata a la presidencia de Chile, es Evelyn Matthei que está tirando el carro de Chile Vamos, con todos los partidos que lo componen; y no lo hace como militante de la UDI, sino como “Evelyn Matthei”, personaje político “autónomo”, alcaldesa de Providencia. Hoy, las personalidades sobrepasan a los partidos, sino que sería el PDG sin Franco Parisi. O el Partido Republicano sin José Antonio Kast. Así, el estatus político que otorga el concepto de celebridad se ha visto alterado. Hoy, es el principal recurso en la carrera por la elegibilidad y ya no es un atributo accidentalmente asociado al cargo. Para quienes no cuentan con un capital de celebridad previo a una elección, es decir quienes no se benefician de una alta “tasa de conocimiento”, una campaña electoral ya no basta para poder rectificar lo que hoy constituye una tremenda falencia. Para ser competitivo, hay que ser famoso, activo en redes sociales y sacarse numerosas “selfies”. La fase actual de nuestra historia política, la que tolera y enarbolese la personalización de la política a costa; a la diferencia de lo que se solía hacer antes; de exhibir y reivindicar una naturaleza y un comportamiento ejemplar en la área publica, descalifica el discurso institucional. Privilegia más bien la broma / la buena talla, el discurso exaltado y panfletario en vez de una moderación razonada. Hoy, la ejemplaridad en el cargo y en su rol de político es vista como una incapacidad para reducir la distancia que separa a quienes gobiernan de quienes son gobernados. Y eso es un error. Porque llegan al poder gente que es incapaz de gobernar, no teniendo la aptitudes técnicas ni psicológicas para gobernar, ya que tomaron el camino corto para llegar a la cúspide. No vivieron el recorrido iniciático que cada héroe de los cuentos mitológicos y/o clásicos debe vivir para consagrarse justamente como héroe. Es casi una ley humana que hoy en día está “ by passeada ” por la evolución de nuestra sociedad y sus tan importantes “ rrss ”. En 1968, la gran figura del pop-art, Andy Warhol, escribía en el catálogo de una muestra en Estocolmo: « En el futuro, todo el mundo tendrá derecho a sus quince minutos de fama». Andy Warhol había sentido los tiempos que se avecinaban: efectivamente, una época basada en el ego. Irónicamente, podemos pensar que la mejor manera de anestesiar a un pueblo es hacerle creer que cada uno tiene una cierta importancia, que cada individuo que compone la sociedad es único y tendrá derecho a expresar esa singularidad, a hacer valer su tan pertinente opinión, porque todos deben estar informados de los diferentes aspectos de esa singularidad que «me» distingue del resto de la masa. Y eso, a lo menos, durante un cuarto de hora. Muchos esperan hoy tener su breve momento de fama cotidiana. Sus likes por montón en Facebook, sus « corazones » en Instagram (bajo sus selfies con pose de duck face); toneladas de followers y retuiteos para que sus comentarios, chistes y memes ojalá lleguen a ser virales. Hoy, el principal enemigo de todos es, en realidad, el anonimato. Ese que produce la multitud. Lo principal, hoy, es ser famoso. A toda costa. Poco importa las competencias que uno pueda exhibir, los recursos que se van a utilizar para llegar a aquello. Poco importa ser incapaz de dirigir una municipalidad, una región, un país; y que se lleve a la quiebra cualquier proyecto que se establezca. En 2024, eso es accesorio…. pero eso sólo, quizás, hasta le momento que la cruda realidad alcance lo virtual, y que lo virtual no pueda esconder lo real. Porque a un momento dado, los celulares, las Tablet, los computadores terminan apagándose. Por lo menos, por un rato.
La búsqueda de la felicidad se ha convertido en un rasgo distintivo de los seres humanos. Por eso, no es de extrañar que hayan surgido numerosos esfuerzos a nivel global para medir los niveles de felicidad en todo el mundo. Desde 2012, el Índice Global de Felicidad de Naciones Unidas clasifica a los países en función de su nivel de felicidad. El último que se publicó sitúa a Finlandia (por sexto año consecutivo), como el país más feliz del mundo, seguido de Dinamarca e Islandia. Por el contrario, entre los países con los niveles más bajos de felicidad se encuentran Afganistán, Líbano o Sierra Leona. ¿Pero qué es exactamente lo que nos hace felices? Naturalmente un país no es feliz o infeliz por sí mismo, sino que son sus habitantes los que definen su nivel de bienestar y satisfacción vital. Para entender estas diferencias entre naciones, los investigadores han identificado las características típicas de los países con altos niveles de felicidad. Estos estudios sugieren que los países más prósperos (mayor PIB per cápita) también son más felices, probablemente porque la riqueza les permite acceder a bienes materiales y servicios públicos como la educación o la sanidad. Pero esto no es todo. La calidad de las instituciones -por ejemplo, los tribunales de justicia y los cuerpos de seguridad- o la cultura (creencias y principios compartidos) desempeñan un papel fundamental en la formación de naciones más felices. Según los profesores de la Universidad de Coimbra (Portugal), Maria Conceiçao y Filipe Coelho, los países más felices también son más individualistas (la gente tiende a dar prioridad a sus propios intereses frente a los colectivos) y con niveles más altos de feminidad. “Las sociedades 'femeninas' tienden a mostrar preferencia por la cooperación, el cuidado, el altruismo y la igualdad de oportunidades tanto para hombres como para mujeres, lo que aporta un sentido de equidad. Sin embargo, las sociedades masculinas promueven la competitividad, los logros y los roles de género diferenciados”, en palabras de estos expertos. Otro aspecto que según los investigadores influye en la satisfacción general de un territorio tiene que ver con una distribución equitativa del poder, es decir, con relaciones sociales informales no limitadas por posiciones jerárquicas, y en las que son los votantes y no unos pocos privilegiados quienes marcan el rumbo. Por último, las naciones más felices parecen ser más tolerantes con la incertidumbre, explican, también menos ansiosas a la hora de asumir riesgos y, por tanto, más propensas a aprovechar las oportunidades de la vida. “ Cada nación tiene una gran diversidad de factores culturales, económicos y sociales que conforman sus identidades y experiencias únicas ” subrayan los expertos. Por este motivo, estos investigadores realizaron un análisis cualitativo para analizar esta diversidad entre países en el ámbito de la felicidad. Y según los resultados, existen múltiples “recetas” que pueden dar lugar a un nivel alto de felicidad de un país. Por ejemplo, entre los factores que hacen que países como Canadá, Reino Unido o Estados Unidos tengan un nivel relativamente alto de felicidad se incluyen un reparto equitativo del poder, un alto individualismo, un nivel bajo de incertidumbre o un PIB elevado, según los hallazgos del mencionado estudio. “Estos países poseen una fuerte adhesión a los principios del capitalismo con un nivel relativamente bajo de énfasis en una red de seguridad social. Los individuos de estas sociedades tienden a valorar cualidades como la asertividad o la orientación al rendimiento como motores esenciales de la felicidad”, argumentaron. Como remarcan los investigadores, una “fórmula alternativa” para la felicidad, -que se da en países como Finlandia o Noruega-, abarca esos mismos factores, y al mismo tiempo, otros donde prima la feminidad o el hecho de asumir pocos riesgos. “Tienen sistemas de bienestar social que ofrecen un mayor grado de seguridad y previsibilidad económica y social. Los ciudadanos de estos países tienen una fuerte preferencia por la igualdad y aprecian las ventajas de la previsibilidad ”, alegan en referencia a este modelo. Precisamente, tener algo de seguridad respecto al futuro (por ejemplo, en términos económicos), ofrece en determinados contextos que los individuos puedan perseguir sus intereses sin mayores problemas. Sin embargo, estos modelos no siempre son aplicables en todos los países, como recuerdan los investigadores. En el lado contrario, hay determinados patrones que se dan en los países con la felicidad más baja, aunque no siempre tienen que ver con la riqueza o la economía. De hecho, en países relativamente acomodados, puede haber importantes disparidades sociales y económicas, corrupción, malestar social, inestabilidad política y restricciones a la libertad política que lastran, en términos generales, la felicidad del propio país. ¿Cuál es la 'fórmula' para la felicidad de un país? “Los gobiernos de todo el mundo deberían adoptar un enfoque flexible y adaptable en la formulación de políticas, reconociendo que no existe un enfoque único para promover el bienestar. En lugar de intentar imitar el modelo de un país de éxito, los gobiernos deberían diseñar y aplicar políticas adaptadas a las características únicas del país, como las circunstancias económicas y los valores culturales ”, subrayan en base a su estudio. “Además, para promover la felicidad colectiva, más que actuar sobre factores individuales, los responsables políticos deben asegurarse de que los ingredientes se combinan de forma adecuada. La prudencia debe guiar la creación de indicadores de bienestar subjetivo, ya que no existe una fórmula única que garantice altos niveles de felicidad ”, concluyen.
La teórica francesa y crítica de arte, Marion Zilo, escribió el libro “ Faceworld, le visage au XXI siècle” (“Faceworld, el rostro en el siglo XXI”), que trata de las fuentes del narcisismo contemporáneo , del cual la selfie ( autorretrato realizado con la cámara de un celular) es su paroxismo. Y en esta aérea, existe una fecha histórica: la ceremonia de los Premios Oscar en marzo de 2014. Al cierre de esa edición de la gala norteamericana, la presentadora Ellen DeGeneres reunió a un grupo de actrices y actores allí presentes para realizar una 'selfie' . De esa manera, protagonizó uno de los gestos más cotidianos en las redes sociales y lo compartió en twitter. En esa oportunidad, podíamos ver a Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Channing Tatum, Julia Roberts, Bradley Cooper y Angelina Jolie. La propia Ellen DeGeneres redactó el mensaje siguiente: Ojalá el brazo de Bradley (Cooper) fuese más largo. ¡La mejor foto de la historia!, y la viralizó. El Tuit enviado comenzó a correr como la pólvora y rápidamente llegó a alcanzar la impresionante suma de 3 millones de retuits (reenvíos) . No podríamos afirmar si esta fue o no la mejor foto de la historia, como lo autoproclamó la animadora, pero si definitivamente, considerándolo a posteriori, ha sido un hito comunicacional que marcará un antes y un después. Y eso también incluye el mundo político . En efecto, hoy la “celebridad” se ha convertido en un recurso político fundamental . Y eso, porque el campo político ha ganado en heteronomía, es decir que es un “campo laboral” que se ha continuamente abierto a cada vez más actores porque básicamente la dependencia a la opinión pública ha reemplazado la dependencia a las instituciones. Hoy, la opinión pública dicta los pasos de todos los políticos y por eso se habla tanto de “populismo”, porque se “dialoga” directamente con el pueblo, indicándole lo que quiere escuchar, sin importar lo sensato y coherente de lo que se anuncia. Hoy nadie puede negar que hemos asistido a un real declive de las instituciones partidistas, ya que los partidos políticos han dejado de ser el espacio dentro del cual se construyen las candidaturas . Observen simplemente los 4 últimos alcaldes que ha tenido Antofagasta. Es decir, en esta ciudad, hace más de 20 años que no gana un alcalde que provenga de un partido político. La irrupción en el juego político de la opinión pública, cada vez más grande y potenciada aún más por el “boom” de las redes sociales (rrss), hace que la opinión pública, “por fuera” de los partidos, sea la única capaz de arbitrar entre los candidatos para definir quién es el favorito para una candidatura. De manera más general, podemos argumentar que el campo político se ha, sin duda alguna, “individualizado” : este ahora pone en competencia a personalidades respaldadas por partidos políticos y ya no más a partidos políticos representados por personalidades. Hemos asistidos a una inversión de las modalidades. Hoy, no es la UDI quien postula a Evelyn Matthei como candidata a la presidencia de Chile, es Evelyn Matthei que está tirando el carro de Chile Vamos, con todos los partidos que lo componen; y no lo hace como militante de la UDI, sino como “Evelyn Matthei”, personaje político “autónomo”, alcaldesa de Providencia. Hoy, las personalidades sobrepasan a los partidos, sino que sería el PDG sin Franco Parisi. O el Partido Republicano sin José Antonio Kast. Así, el estatus político que otorga el concepto de celebridad se ha visto alterado. Hoy, es el principal recurso en la carrera por la elegibilidad y ya no es un atributo accidentalmente asociado al cargo. Para quienes no cuentan con un capital de celebridad previo a una elección, es decir quienes no se benefician de una alta “tasa de conocimiento”, una campaña electoral ya no basta para poder rectificar lo que hoy constituye una tremenda falencia. Para ser competitivo, hay que ser famoso, activo en redes sociales y sacarse numerosas “selfies”. La fase actual de nuestra historia política, la que tolera y enarbolese la personalización de la política a costa; a la diferencia de lo que se solía hacer antes; de exhibir y reivindicar una naturaleza y un comportamiento ejemplar en la área publica, descalifica el discurso institucional. Privilegia más bien la broma / la buena talla, el discurso exaltado y panfletario en vez de una moderación razonada. Hoy, la ejemplaridad en el cargo y en su rol de político es vista como una incapacidad para reducir la distancia que separa a quienes gobiernan de quienes son gobernados. Y eso es un error. Porque llegan al poder gente que es incapaz de gobernar, no teniendo la aptitudes técnicas ni psicológicas para gobernar, ya que tomaron el camino corto para llegar a la cúspide. No vivieron el recorrido iniciático que cada héroe de los cuentos mitológicos y/o clásicos debe vivir para consagrarse justamente como héroe. Es casi una ley humana que hoy en día está “ by passeada ” por la evolución de nuestra sociedad y sus tan importantes “ rrss ”. En 1968, la gran figura del pop-art, Andy Warhol, escribía en el catálogo de una muestra en Estocolmo: « En el futuro, todo el mundo tendrá derecho a sus quince minutos de fama». Andy Warhol había sentido los tiempos que se avecinaban: efectivamente, una época basada en el ego. Irónicamente, podemos pensar que la mejor manera de anestesiar a un pueblo es hacerle creer que cada uno tiene una cierta importancia, que cada individuo que compone la sociedad es único y tendrá derecho a expresar esa singularidad, a hacer valer su tan pertinente opinión, porque todos deben estar informados de los diferentes aspectos de esa singularidad que «me» distingue del resto de la masa. Y eso, a lo menos, durante un cuarto de hora. Muchos esperan hoy tener su breve momento de fama cotidiana. Sus likes por montón en Facebook, sus « corazones » en Instagram (bajo sus selfies con pose de duck face); toneladas de followers y retuiteos para que sus comentarios, chistes y memes ojalá lleguen a ser virales. Hoy, el principal enemigo de todos es, en realidad, el anonimato. Ese que produce la multitud. Lo principal, hoy, es ser famoso. A toda costa. Poco importa las competencias que uno pueda exhibir, los recursos que se van a utilizar para llegar a aquello. Poco importa ser incapaz de dirigir una municipalidad, una región, un país; y que se lleve a la quiebra cualquier proyecto que se establezca. En 2024, eso es accesorio…. pero eso sólo, quizás, hasta le momento que la cruda realidad alcance lo virtual, y que lo virtual no pueda esconder lo real. Porque a un momento dado, los celulares, las Tablet, los computadores terminan apagándose. Por lo menos, por un rato.
La búsqueda de la felicidad se ha convertido en un rasgo distintivo de los seres humanos. Por eso, no es de extrañar que hayan surgido numerosos esfuerzos a nivel global para medir los niveles de felicidad en todo el mundo. Desde 2012, el Índice Global de Felicidad de Naciones Unidas clasifica a los países en función de su nivel de felicidad. El último que se publicó sitúa a Finlandia (por sexto año consecutivo), como el país más feliz del mundo, seguido de Dinamarca e Islandia. Por el contrario, entre los países con los niveles más bajos de felicidad se encuentran Afganistán, Líbano o Sierra Leona. ¿Pero qué es exactamente lo que nos hace felices? Naturalmente un país no es feliz o infeliz por sí mismo, sino que son sus habitantes los que definen su nivel de bienestar y satisfacción vital. Para entender estas diferencias entre naciones, los investigadores han identificado las características típicas de los países con altos niveles de felicidad. Estos estudios sugieren que los países más prósperos (mayor PIB per cápita) también son más felices, probablemente porque la riqueza les permite acceder a bienes materiales y servicios públicos como la educación o la sanidad. Pero esto no es todo. La calidad de las instituciones -por ejemplo, los tribunales de justicia y los cuerpos de seguridad- o la cultura (creencias y principios compartidos) desempeñan un papel fundamental en la formación de naciones más felices. Según los profesores de la Universidad de Coimbra (Portugal), Maria Conceiçao y Filipe Coelho, los países más felices también son más individualistas (la gente tiende a dar prioridad a sus propios intereses frente a los colectivos) y con niveles más altos de feminidad. “Las sociedades 'femeninas' tienden a mostrar preferencia por la cooperación, el cuidado, el altruismo y la igualdad de oportunidades tanto para hombres como para mujeres, lo que aporta un sentido de equidad. Sin embargo, las sociedades masculinas promueven la competitividad, los logros y los roles de género diferenciados”, en palabras de estos expertos. Otro aspecto que según los investigadores influye en la satisfacción general de un territorio tiene que ver con una distribución equitativa del poder, es decir, con relaciones sociales informales no limitadas por posiciones jerárquicas, y en las que son los votantes y no unos pocos privilegiados quienes marcan el rumbo. Por último, las naciones más felices parecen ser más tolerantes con la incertidumbre, explican, también menos ansiosas a la hora de asumir riesgos y, por tanto, más propensas a aprovechar las oportunidades de la vida. “ Cada nación tiene una gran diversidad de factores culturales, económicos y sociales que conforman sus identidades y experiencias únicas ” subrayan los expertos. Por este motivo, estos investigadores realizaron un análisis cualitativo para analizar esta diversidad entre países en el ámbito de la felicidad. Y según los resultados, existen múltiples “recetas” que pueden dar lugar a un nivel alto de felicidad de un país. Por ejemplo, entre los factores que hacen que países como Canadá, Reino Unido o Estados Unidos tengan un nivel relativamente alto de felicidad se incluyen un reparto equitativo del poder, un alto individualismo, un nivel bajo de incertidumbre o un PIB elevado, según los hallazgos del mencionado estudio. “Estos países poseen una fuerte adhesión a los principios del capitalismo con un nivel relativamente bajo de énfasis en una red de seguridad social. Los individuos de estas sociedades tienden a valorar cualidades como la asertividad o la orientación al rendimiento como motores esenciales de la felicidad”, argumentaron. Como remarcan los investigadores, una “fórmula alternativa” para la felicidad, -que se da en países como Finlandia o Noruega-, abarca esos mismos factores, y al mismo tiempo, otros donde prima la feminidad o el hecho de asumir pocos riesgos. “Tienen sistemas de bienestar social que ofrecen un mayor grado de seguridad y previsibilidad económica y social. Los ciudadanos de estos países tienen una fuerte preferencia por la igualdad y aprecian las ventajas de la previsibilidad ”, alegan en referencia a este modelo. Precisamente, tener algo de seguridad respecto al futuro (por ejemplo, en términos económicos), ofrece en determinados contextos que los individuos puedan perseguir sus intereses sin mayores problemas. Sin embargo, estos modelos no siempre son aplicables en todos los países, como recuerdan los investigadores. En el lado contrario, hay determinados patrones que se dan en los países con la felicidad más baja, aunque no siempre tienen que ver con la riqueza o la economía. De hecho, en países relativamente acomodados, puede haber importantes disparidades sociales y económicas, corrupción, malestar social, inestabilidad política y restricciones a la libertad política que lastran, en términos generales, la felicidad del propio país. ¿Cuál es la 'fórmula' para la felicidad de un país? “Los gobiernos de todo el mundo deberían adoptar un enfoque flexible y adaptable en la formulación de políticas, reconociendo que no existe un enfoque único para promover el bienestar. En lugar de intentar imitar el modelo de un país de éxito, los gobiernos deberían diseñar y aplicar políticas adaptadas a las características únicas del país, como las circunstancias económicas y los valores culturales ”, subrayan en base a su estudio. “Además, para promover la felicidad colectiva, más que actuar sobre factores individuales, los responsables políticos deben asegurarse de que los ingredientes se combinan de forma adecuada. La prudencia debe guiar la creación de indicadores de bienestar subjetivo, ya que no existe una fórmula única que garantice altos niveles de felicidad ”, concluyen.